En consulta psicológica es cada vez más frecuente encontrar niños y adolescentes que llegan con un diagnóstico (o sospecha) de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Presentan dificultades para mantener la atención, moverse sin parar, impulsividad, frustración rápida, problemas de sueño o dificultades escolares. Pero a veces, cuando miramos más allá del síntoma, nos encontramos con una historia de experiencias adversas, relaciones tempranas inestables o entornos familiares caóticos que podrían estar explicando mucho de lo que está ocurriendo (Porges, 2011).
En este artículo abordaremos la delgada línea que separa, y a veces une, el TDAH y la sintomatología relacionada con el trauma infantil. Exploraremos sus similitudes, diferencias, y la importancia de una mirada clínica profunda para evitar diagnósticos erróneos y tratamientos inadecuados.
Características clínicas compartidas entre TDAH y trauma
Muchos de los síntomas que caracterizan al TDAH están también presentes en niños que han sufrido experiencias traumáticas (Ford et al., 2000). Muchos de estos niños presentan síntomas similares a los del TDAH:
· Dificultades atencionales (pero por disociación o alerta excesiva)
· Hiperactividad (como expresión de ansiedad o escape del cuerpo)
· Impulsividad (por baja autorregulación emocional)
· Cambios emocionales intensos y frecuentes
· Problemas de sueño y regulación fisiológica
A simple vista, pueden parecer niños con TDAH. Pero muchos de los síntomas que caracterizan al TDAH están también presentes en niños que han sufrido experiencias traumáticas (Ford et al., 2000).
El TDAH se asocia a una disfunción en la regulación de la dopamina y la noradrenalina en la corteza prefrontal, responsable del control de la atención, los impulsos y la planificación (American Psychiatric Association, 2013). En cambio, el trauma activa de forma crónica el sistema de respuesta al estrés (eje HHA: hipotálamo-hipófisis-adrenales), generando una hiperactivación de la amígdala y dificultando el acceso a funciones superiores como el pensamiento reflexivo y el autocontrol (Van der Kolk, 2014).
La evidencia lo confirma
Diversos estudios han encontrado una relación directa entre las experiencias adversas en la infancia (ACEs) y la aparición de síntomas parecidos al TDAH (Burke Harris, 2018). De hecho, algunos modelos de comprensión como el del neurodesarrollo traumático explican cómo el trauma interfiere en el desarrollo del sistema nervioso, afectando especialmente funciones como la atención, la planificación y la autorregulación emocional (Perry, 2006).
¿Cómo diferenciarlos? Algunas claves clínicas
La importancia del contexto
Una de las claves para diferenciar ambos cuadros está en la historia de vida del niño. El TDAH aparece incluso en entornos seguros y estructurados, mientras que los síntomas parecidos al TDAH en niños traumatizados tienen una función adaptativa: moverse o hablar sin parar puede ser una forma de calmarse; desobedecer, una forma de sentirse con control; y desconectarse, una forma de protegerse del dolor (Saxe, Ellis, & Kaplow, 2006).
Por eso, antes de concluir que un niño tiene TDAH, es fundamental preguntar: “¿Qué ha vivido este niño? ¿Cuándo empezaron los síntomas? ¿En qué contextos empeoran o mejoran?”.
Una evaluación clínica multidisciplinar es imprescindible para poder distinguir entre TDAH y trauma, o si coexisten ambos. Ya que en muchos casos, TDAH y trauma no se excluyen, sino que se superponen. Niños con TDAH pueden ser más vulnerables a situaciones traumáticas, y niños con trauma pueden desarrollar sintomatología propia del TDAH (Ford et al., 2000). En estos casos, un abordaje integral que combine intervención neuropsicológica con psicoterapia centrada en el trauma suele ser lo más efectivo.
Conclusión
El TDAH y el trauma existen, es una realidad. Saber que ambas comparten ciertos síntomas nos ayudará a no diagnosticar rápidamente, aunque los síntomas sean de libro. Que podamos tener una mirada más amplia para ver también el contexto, las emociones e historia vital del niño.